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sábado, 25 de noviembre de 2006

Dedicado al viajero infatigable


Querría contarte, incrédulo viajero, que Almagro representa una oferta única y diferente en cualquier época del año. Pero en verano, mucho más. La cultura del teatro lo envuelve todo. La ciudad de los encajes, de la berenjena, de los calatravos, se nos muestra más viva que nunca. En más de un ocasión he oído decir que Almagro es una ciudad, en la que se ha detenido la historia, el tiempo. Más allá del término semántico, si por tal se entiende que el pasado sigue siendo una parte importante del bagaje que esta ciudad atesora, consiento. Pero si lo que se está invocando es que Almagro se ha quedado anclada, fosilizada, entonces me niego en redondo. Ya entenderás la razón, curioso viajero. Porque la evocación de una pasado glorioso puede vivir aquí, en armonía con la necesidad de abrirse al futuro.
Su plaza mayor, Plaza Mayor de la provincia toda, y puntera de las Plazas Mayores que en España son, por fortuna no es manchega. Aunque, a decir verdad, tampoco lo necesitaba. Pero es en ese contraste, entre flamenco y marinero en medio de la llanura, en donde alcanza su incomparable belleza. ¿Consientes, curioso viajero?.

Me permito recordarte, que Almagro fue nada menos que banco de España. Es imposible olvidar que hasta allí llegaba el mercurio de Almadén, que luego los Fúcares trocaban en ducados de oro para el emperador Carlos, el más grande de los césares españoles, y también el más humilde. Toda su vida combatió, y después de combatir, aún tenía que luchar par pagar lo que la guerra le había costado. Desde entonces -y también antes de entonces-, la ciudad lo ha resistido absolutamente todo. Hasta la historia, injusta a veces con la ciudad. Y sigue resistiendo sin pedir nada a cambio. Y sus calles siguen siendo discreto testigo de mil historias cotidianas que, cuando se alumbra el festival, en las evocadoras noches de julio, se hacen universales y mágicas. ¿Vas entendiendo, estupefacto viajero?.
Y es que Almagro le debe mucho al Festival, que congrega cada vuelta completa del calendario a los cómicos, a los amantes de los cómicos y a los aprendices de cómico de medio mundo. Aunque, bien pensado, también el teatro, la farándula, está en deuda con la capital de Calatrava. Porque, ¿podría haber encontrado un mejor escenario?. Ni tan apropiado, ni tan grande, ni con tanta solera. Allí caben los poetas, caballeros y mercaderes, locos, guerreros, novicias y arpías; esclarecidos y recelosos; los místicos y paganos, buscadores, ególatras, soñadores, dadivosos, especuladores; los sensibleros, desahogados, apasionados, héroes y devotos; los irrepetibles, indeseables, insatisfechos; los indecisos, incombustibles, incomprendidos, inasequibles, los inmortales... Todos. Por eso, Almagro, la de Calatrava, no existe. O mejor aún, existe de manera diferente en cada uno de los corazones que la contemplan o la sueñan.
Tanto es así, créeme entusiasta viajero, que allí puede uno toparse con un embozado de Lope en el Callejón del Villar, en donde el Museo del Teatro amordaza a sus personajes. O sentirse envuelto en el halo de espiritualidad, que emana de sus múltiples y singulares iglesias y conventos, o del Hospital de San Juan, en donde de nuevo han comenzado a bullir sus fantasmas. Es imposible resistirse -a pesar de tanta espiritualidad- empero, a algunas tentaciones. Como la de la ermita de San Juan, felizmente recuperada, o la plazuela del Corto, a su lado, lugar favorito de judíos y sinagogas. La adusta solidez del palacio de los Fugger (aquellos castellanizados Fúcares), el Palacio de Valdeparaíso o el Palacio Maestral que, definitivamente, será sede del Museo Nacional del Teatro, por expreso deseo de su dueño, el Ministerio de Cultura.
Decíamos que Almagro lo resiste todo. El paso del tiempo por su feria de agosto, quizá una de las ferias taurinas con más solera, aquella del legendario "Cagancho". Almagro, que ya tiene todos los títulos posibles y los blasones necesarios, es una ciudad para el encuentro, el consenso, para la convergencia, el debate sereno, las conclusiones importantes, los congresos decisivos, el esparcimiento enriquecedor. Y de berenjenas y tinto y queso manchego, y otras viandas, menos autóctonas, pero igual de apetecibles... de excelente yantar.
Que no sólo de teatro y monumentos vive el hombre. En esos rincones que es preciso descubrir día a día, y que no caben en este apresurado repaso. Almagro resiste también cualquier comparación, ya lo hemos dicho. Sin renunciar a la gloria de su pasado, con firme y decidido apoyo en el presente, la ciudad busca su futuro. Resistiéndolo todo. Perdón... casi todo. Porque hay algo que la ciudad de Almagro sería capaz de resistir: el olvido. Pero de ese pecado, no te creo capaz, amigo viajero.

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